Por Alicia Muñoz
Para no permanecer irresoluto en sus acciones y vivir lo más felizmente que pudiese, Descartes expuso sus máximas morales; unas leyes que se daba a sí mismo y mediante las cuales pretendía decidir lo más razonable y seguir instruyéndose para conseguir llegar a juzgar bien. La tercera máxima consistía en: “…vencerme a mí mismo antes que a la fortuna, y modificar mis deseos antes que el orden del mundo; y, generalmente, acostumbrarme a creer que no hay nada que esté enteramente en nuestro poder sino nuestros pensamientos (…) , esto por sí solo me parecía bastante para impedirme desear nada en lo porvenir que no pudiese conseguir y, de ese modo, lograr estar satisfecho.” (Discurso del Método, parte III, R. Descartes
¿Qué nos muestra la reflexión cartesiana? La propuesta, heredera del estoicismo, resulta de un sentido común aplastante y forma parte de la mayoría de recomendaciones actuales (desde el punto de vista de la psicología, del coaching emocional…), para llegar a ser felices. No estaría de más examinarla, teniendo en cuenta que la felicidad es la máxima aspiración de los seres humanos, independientemente de la religión, ideología, sistema cultural o nacionalidad.
Descartes nos recomienda, al fin y al cabo, darnos cuenta de que no somos dueños más que de nuestro pensamiento, por lo tanto será ahí donde podemos actuar. Se distingue claramente entre aquello que depende de nosotros, y por tanto podemos controlar y modificar (nuestros juicios, nuestros deseos…), y lo que no depende, sino que está al margen de nuestra voluntad (el mundo y la sociedad en general, nuestro cuerpo y las necesidades materiales, el azar, la riqueza, el poder…). O dicho de otro modo, si no puedes cambiar la circunstancia, si no puedes modificar lo que ha sucedido o la actitud de otros, al menos sí puedes hacer que tu interpretación, tu actitud y tu emoción sean distintas. Si piensas de otro modo, la consecuencia será un sentimiento diferente. Esa es, por ejemplo, la propuesta de la TREC (Terapia Racional Emotiva Conductual) de A. Ellis, una terapia psicológica conductual que ayuda a reinterpretar los acontecimientos y que ha tenido bastante éxito.
Y además, el autor racionalista piensa que sería conveniente modificar nuestros deseos y ajustarnos a lo que podemos conseguir, valorar más lo que tenemos, ser realistas con nuestras expectativas, pues de lo contrario nunca estaremos satisfechos. En una sociedad como la actual, donde se vive tan deprisa y basamos en el consumo la mayoría de nuestros comportamientos, reflexionar sobre la importancia de lo que tenemos y no aspirar a aquello que está por encima de nuestras posibilidades es vital para evitar la incomodidad de sentirnos siempre infelices. Ser agradecidos mejora notablemente nuestro estado de ánimo y nuestro carácter, mejora incluso la vida de quienes nos rodea. Siempre habrá una marca a la que no podamos acceder, un coche mejor que el nuestro, un piso con mejores vistas, unos zapatos mejores, alguien que gane más dinero… No se trata de conformismo, sino de evaluar real y racionalmente qué es aquello que de verdad constituye una necesidad básica y de dónde proceden realmente nuestros momentos más satisfactorios. Las emociones, los sentimientos, no pueden comprarse. Los afectos, las pérdidas que no son materiales son aquello que nos proporciona las mayores satisfacciones y lo momentos más duros de nuestras vidas. Los filósofos han meditado desde hace siglos sobre todo ello y sería de necios hacer oídos sordos a su legado.