Justicia y cuidado


Por Alicia Muñoz Alabau

El psicólogo L. Kohlberg, durante la segunda mitad del S. XX, propuso una teoría del desarrollo moral, fruto de sus investigaciones, que venía a explicar cómo las personas vamos evolucionando en nuestro razonamiento moral conforme maduramos. La escala de dicho desarrollo estaría dividida en tres niveles y en cada uno de ellos podríamos identificar dos etapas. El nivel preconvencional, que duraría aproximadamente hasta los nueve años, sería el de la orientación a la obediencia y el castigo y la orientación al interés propio. El nivel convencional sería el que definiría el pensamiento de los adolescentes y muchos adultos y lo podríamos dividir en una primera etapa basada en el consenso y una segunda basada en la autoridad (el cumplimiento de las normas). Por último, en el nivel postconvencional , al que no llegaría todo el mundo, encontraríamos la referencia a valores colectivos y libertades individuales más allá del propio interés, incluyendo la reflexión sobre si las leyes son o no acertadas para mejorar la sociedad (orientación hacia el contrato social) y la referencia a principios morales universales que llevarían incluso a cambiar las leyes como prioridad si se considerara que son injustas. En esta sexta y última etapa estarían las personas comprometidas con el cambio y la mejora de la humanidad aún a riesgo de perjudicar su propio bienestar personal o el de los suyos, como Martin Luther King, Gandhi o Nelson Mandela.

Pero, esta explicación evolutiva de la moralidad humana, lejos de abarcar a todos los grupos, olvidada las particularidades debidas a etnia, cultura, nivel económico… y, por supuesto las debidas a cuestiones de género. En este último aspecto se centró precisamente C. Gilligan, que había sido discípula de Kohlberg y había colaborado con él en alguna ocasión. Según la baremación obtenida en la escala evolutiva de Kohlberg, las mujeres parecían moralmente menos maduras, ya que no se ajustaban a un patrón que era predominantemente masculino. Las mujeres no llegaban al último nivel, que el psicólogo había categorizado como el superior (en realidad no solían pasar del tercero) y ello fue interpretado como una incapacidad femenina para emitir juicios morales superiores debido a su emplazamiento en el ámbito privado y doméstico fundamentalmente.

Gilligan, en su obra In a different voice,(1993), aclaró que la posición que una persona ocupa en el mundo determina su desarrollo moral y que, por lo tanto, no existe un único modo de entender la moralidad sino que a la ética de la justicia universal habría que incorporar una ética del cuidado y la responsabilidad, consecuencia de la forma en la que se enculturiza y socializa a las mujeres, si queremos tener una visión global de la moral y la sociedad. El concepto central de una ética del cuidado (desarrollada por las actividades que tradicionalmente se consideran femeninas), sería la responsabilidad entendida como la comprensión del mundo según una red de relaciones en las que nos sentimos inmersos y en las que desarrollamos responsabilidades no hacia el otro universal, sino hacia el otro concreto (lo que algunos consideran propio tan sólo del ámbito privado). En la escala evolutiva complementaria que Gilligan desarrolló, las mujeres alcanzaban el nivel máximo cuando entendían que en esa responsabilidad y cuidado hacia los otros, debían incluirse ellas mismas, ya que la sensibilidad a escuchar las necesidades de los demás y la responsabilidad respecto a su cuidado les llevaba a menudo a olvidarse de sus propias necesidades. Así, el autosacrificio, que muchas veces había sido interpretado como típicamente femenino, quedaba superado por un nivel moral superior en el que se negaba la necesidad de destruir el propio yo para atender a otros.

Me gustaría subrayar la conveniencia de considerar complementarias la justicia universal y el cuidado, y establecer un diálogo entre lo público y lo privado, entre el universalismo y el aspecto más doméstico y contextual de la moralidad. Para construir una ciudadanía mejorada y más completa, deberíamos contemplar la ética de la justicia y la del cuidado como resultado de dos tipos de experiencia que al final están conectados y que son inseparables. Tanto hombres como mujeres deberíamos desarrollar ambos aspectos (la mirada hacia la responsabilidad y la mirada hacia los derechos), si queremos atender a todos los ámbitos que requieren de nuestra reflexión ética y nuestro compromiso; la universalidad que contempla el respeto a los derechos humanos fundamentales y la cercanía de empatizar con las necesidades de los otros.

Author: Alicia M Alabau

Alicia Muñoz Alabau, licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación, imparte clases de Filosofía y Lengua y literatura castellana en Secundaria y Bachillerato. Ha publicado narrativa (Ponerse alas, De dolientes y duelos) y poesía (Dos mitades y un cuarto, escrito junto a Alberto Soler) Escribir es su forma de interpretar la vida y colabora habitualmente en antologías con otros autores (Generación Bibliocafé, Valencia Escribe, Ed. Vinatea). Ha recibido premios literarios en 2006, 2010 y 2018. También ha quedado finalista en varios certámenes.

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