Por Amparo A. Machí
A veces le da a una la impresión de que vivimos en una gran ironía, en un mundo hipersaturado de información, conocimiento y saberes muy especializados, a los que se va renunciando poco a poco, como una involución donde el “no saber” es un modo de insumisión, una manera de reencontrar nuestra propia esencia humana. Y no es tan descabellado, porque si hace unas décadas nos considerábamos parte de lo que los sociólogos y expertos llamaban postmodernismo, hoy ya lo hemos superado, pasando a la siguiente fase: la fase póstuma. El no-futur que tanto reivindicaba el movimiento punk de los ochenta, se ha materializado y nada parece servirnos ya. Los sistemas ya dan síntomas de agotamiento, se acaban los recursos energéticos, el mundo agoniza en su deterioro, el clima cambia, las sociedades han perdido referentes y valores, todo se agota y ni siquiera toda la especialización brutal nos sirve de nada para solucionarlo. El conocimiento se transforma en cenizas del saber y la frustación nos hace estar de vuelta a los orígenes como una forma de rebelarse, como una insumisión: la insumisión del no-saber.
Inmersos en esta era: la era póstuma, el final de un tiempo que se busca desesperadamente a sí mismo en el pasado. Volvemos a lo “natural” pre-científico como una manera de recuperar aquella esencia idealizada que nos quedó del pasado. No es casualidad el auge y triunfo de la novela histórica en estos tiempos, frente a una desaforada tecnocracia que incide directamente en nuestra vida vaciándola de sentido. Y, aunque ninguna época pasada fue mejor (ni peor, seguramente, sino distinta) tendemos a idealizar y sobrevalorar un pasado del que apenas sabemos nada, del que solo nos quedó el recuerdo, muchas veces erróneo, de sus heroidicidades o de sus atrocidades. O cuando no, pasamos a confiar en prácticas ancestrales sin una base real científica que las avale. ¿Es esa una reacción de defensa frente a la deshumanización que sufrimos? Posiblemente sea así.
En estos planteamientos se asientan las bases del pensamiento de hoy. Lo que proclaman filósofos como Byung-Chul Han, Bauman o Marina Garcés, entre otros, es precisamente esto, el agotamiento de todos los sistemas humanos donde nos movemos en esa especie de Apocalipsis que nos abruma.
“Ya no estamos en la condición posmoderna que había dejado libremente el futuro atrás sino en está experiencia del final, la condición póstuma” “son los tiempos de la total liberación que desemboca en nuevas formas de dominación todavía más terribles (…) La humanidad se hunde en un analfabetismo ilustrado” nos dice Marina Garcés en su ensayo La nueva ilustración radical.
Mientras, en esta concienciación social apocalíptica que nos envuelve, creando una expectativa de agotamiento de recursos y de cohesión social, se producen, a la par, cambios extraordinarios en otras áreas conocimiento, como el tecnológico, con unos avances que superan incluso la capacidad mental humana, como es el caso de la inteligencia artificial y la robótica, que parece ser dominará el mundo en pocos años y nos hará esclavos de nosotros mismos en una especie de Apocalipsis intelectual y digital; ese es el posible no futur de nuestra existencia que no queremos ni debemos perder de vista para que no nos supere.
Ya no encontramos sentido a todo lo que conformó nuestra experiencia del mundo, asistimos desencantados a la destrucción de ideologías, a la fragmentación de ideales, al rechazo de la hiperespecialización por la deshumanización que conlleva y por la amenaza que supone, especialmente sin una ética acorde que regule beneficios frente a los posibles daños colaterales. Pero todo esto sabemos que es imparable, que no puede detenerse y que hemos de aprender a manejarlo con inteligencia y ética.
Estamos en un tiempo de transición en el que cambian los paradigmas. La época cuántica ha llegado para entender la vida de diferente manera… sin embargo eso es algo que está aún en mantillas, dándose a conocer en tímidos movimientos de avance y de corrientes de pensamiento opuestas, que van en una dirección retrotópica, es decir, se busca en el pasado claves para solucionar el presente sin darnos cuenta de que el pasado solo sirve para darnos las claves para entender el presente pero jamás nos dará las claves para solucionar el futuro o el no futuro, sino, simplemente, aporta unos referentes, un punto de partida y experiencia. Vamos avanzando sin mucho tiento entre la maraña de corrientes y contracorrientes involutivas con el único propósito de encontrar luz para reconstruirnos en ese cambio de paradigma, en esa necesidad de deshacernos de viejas ideologías y prejuicios históricos para poder encargar esas nuevas perspectivas desde un movimiento de carácter más humanista, que permita una regeneración en el pensamiento y en las formas de vida.
Quizás recuperando todo lo que ha sido aniquilado, las fuentes de las que hoy a menudo se reniega, de todo lo que constituyó una cultura humana, podrá restablecerse nuestra genealogía y nuestra base humana perdida entre las teselas de la Historia. Referentes del pasado reinventado, vistos y tratados desde un nuevo paradigma que sea básicamente humanista y reconstructivo. El punto de partida para una nueva ilustración. Ese es el gran reto que tenemos por delante como sociedades, y en el que la Filosofía se hace imprescindible como punto de origen, trasladándose a las demás disciplinas de manera más holística, pero sin obviar todos los avances que nos ha aportado el desarrollo de las civilizaciones.
El punto de equilibrio entre lo humano y lo tecnológico es vital para la supervivencia, necesario para no caer en las terribles amenazas que nos acechan y que pueden llegar incluso a la destrucción de nuestra propia especie. Y ahí radica la extrema importancia de la auténtica Filosofía como regeneradora, de los pensadores de ayer y de hoy, frente al desubicamiento y el desplazamiento que sufre en la actualidad. Queda todavía mucho camino que andar y no va a ser fácil. A las nuevas generaciones les toca vivir una época de incertidumbre y cambios. A las viejas, nos tocará amoldarnos y aportar lo que humildemente sepamos.