Por Alicia Muñoz Alabau
Morimos de amor, nos elevamos por él, ascendemos tan alto que la contemplación en semejante perspectiva sólo es comparable al vértigo del descenso que se produce luego. Sufrimos y disfrutamos en bucles sucesivos que nos arrastran a extasiarnos y equivocarnos de nuevo como si de la inhalación de una droga suculenta se tratase. Es un sentimiento que ya desde antiguo preocupó a sabios e intelectuales por su implacable repercusión sobre los ánimos y vidas de los humanos ¿Amamos bien? ¿Sabemos en qué consiste realmente el verdadero amor?
Platón en uno de los diálogos de madurez, el Banquete, expuso toda su sabiduría al respecto y una recopilación de sus explicaciones puede ayudarnos a entender la complejidad de aquello que tantas veces inspira a escritores y poetas. Nos sorprende, en primer lugar, que el amor tiene para los griegos tintes intelectuales y tiene que ver, muchas veces, con la relación que se establece entre maestro y discípulo. Aparecen, de esta manera, ingredientes que con frecuencia olvidamos en las relaciones actuales: el cultivo de la mente, la mejora en la profundización de uno mismo, el avance en la adquisición de conocimientos, la admiración de la persona amada que puede ayudarnos a ser mejores…, ¿resistirían el filtro de una relación interesada o superficial?
El amor ha de guiar a todos aquellos que deseen vivir noblemente, es él quien posibilita que sintamos vergüenza ante las acciones feas y posibilita también el deseo de honor. Eros es capaz de inspirar valor (¿qué no somos capaces de hacer por amor?) y se muestra eficaz para asistir en la consecución de virtud y felicidad.
Pero, no todo amor es hermoso por igual ni digno de ser alabado, sino solo aquel que nos induce a amar bellamente. No todo amor vale, es tal vez necesario pues aprender a amar. Un amante que se enamora más del cuerpo que de la mente, sería un amante vulgar, no se enamora de algo estable y cuando “se marchita la flor, sale volando”. Solo el amor que persigue hacernos mejores, aquel que va en busca de la virtud sería digno de halago.
Respecto al mito de que las personas fueron cortadas en dos mitades (tal vez de ahí provenga el anhelo todavía actual de encontrar a nuestra “media naranja”), se explica que es normal, por tanto, buscar cada uno su propia mitad para unirnos en una sola naturaleza. Amar sería como aspirar a ser uno fundiéndonos con nuestro amado. Solo lo que nos es afín podría proporcionarnos plena felicidad, poniendo en cuestión la creencia más que frecuente respecto a la atracción de los opuestos, ¿estaríamos en realidad mejor con alguien totalmente diferente a nosotros?
En absoluto el amor ha de hacer sufrir según la sapiencia socrática (y siempre será bueno escuchar a los clásicos). El amor origina bienes de todas clases, produce “la paz entre los hombres, la calma tranquila en alta mar, el reposo de los vientos y el sueño de las inquietudes” .Nos vacía de extrañamiento y nos llena de intimidad, nos quita aspereza, nos da mansedumbre. Ofrece cordialidad, nunca hostilidad. No queda hueco pues para ese amor erróneo que produce dolor e intranquilidad y que como dice la letra de una canción de reciente popularidad: “dicen que se sabe si un amor es verdadero, cuando duele tanto como dientes en el alma”.
Hemos de buscar la belleza del alma en la persona amada e ir subiendo peldaños en una ascensión que nos haría conectar con lo más auténtico y verdadero, mejorando como personas y encontrando por fin la vida que merecería la pena vivir. Recordad que para Sócrates la vista del entendimiento empieza a ver agudamente cuando la de los ojos empieza a perder su fuerza (o “lo importante es invisible a la vista”). Esforcémonos pues en encontrar la verdad de un sentimiento profundo cuando es noble, que mira hacia el interior nuestro y del otro, que se refiere al entendimiento y no a las apariencias, que debe atender a la honestidad, que nos debe enriquecer como seres humanos, que nos mejorará y en el que no debemos encontrar nunca sufrimiento.
¿No creéis que nos queda mucho por aprender? ¿No creéis que nos queda mucho por amar?
Alicia Muñoz Alabau