El miedo a enfermar y a la muerte ha estado presente durante muchas épocas de la Historia, especialmente en el siglo XIV, cuando la Peste bubónica asoló a media Europa y diezmó la población. Es un miedo inherente al ser humano que se agudiza en las crisis, pero el miedo a la soledad, a estar con nosotros mismos, es incluso peor para muchas personas, porque les obliga a tomar conciencia de su propia existencia.
Recuerdo que cuando era niña y me ponía enferma o me dolían las piernas me decían que eso era porque iba a crecer… así, cuando hacemos introspección y escuchamos a nuesto interior también crecemos por dentro, aunque sea doloroso. Estos días de aislamiento en los que experimentamos la incertidumbre y soledad se pone de manifiesto esos miedos más que nunca, y la gestión de esas circunstancias es vital para crecer por dentro y comprendernos mejor a nosotros mismos.
Durante mis años de trabajo en un hospital descubrí la importancia de lo diminuto y el valor de las personas y la vida. Un solo bichito microscópico como el Coronavirus u otros puede paralizar el mundo y volver del revés toda nuestra vida, pero eso tiene un significado mucho más profundo del que parece, porque es ahora cuando nos hacemos conscientes de lo que significa la vida, la salud, la autenticidad de las cosas que importan y la grandeza e importancia de lo pequeño, lo anónimo, lo íntimo, lo que no se ve… lo importante, en definitiva, tanto para bien como para mal. La gran ironía es que es justo todo lo que parece no tener relevancia ni valor en el mundo de hoy.
Si el existencialismo de Sartre puso de relieve una concepción del hombre como sujeto social, ahora esta concepción queda en entredicho, o al menos digna de una revisión profunda, porque supuso un punto de partida importante para el pensamiento de las sociedades de hoy y su concepción vital, en tantas cosas deficiente. Pero este es un tema que merece un desarrollo y atención aparte en el que no voy a entrar aquí. Lo cierto es que nada que no esté dentro de nosotros mismos nos salvará de una crisis que afectará más allá de lo social a nuestras propias vidas interiores, a nuestra percepción de lo verdadero, lo genuino y lo auténtico de los seres humanos, y nos concienciará de la importancia de lo que no se ve a simple vista, y, por extensión, de las personas que, día a día y de forma anónima, sostienen el país, lo nutren y lo cuidan, que somos la mayoría, frente a otras que lo deterioran. La generosidad y la entrega que tan poco vemos hoy, se manifiesta más que nunca en situaciones así y nos ayudan a entender y valorar las cosas de diferente manera si aprovechamos para tomar conciencia y poner en valor lo que realmente lo tiene.
Aprendamos de esta situación que nos toca vivir y ayudémonos a nosotros mismos.