Los dioses se han creado. A los dioses los vemos en los libros de los Vedas, en el Ramayana, Mahabharata, sociedades hititas, caldeos, asirían, egipcios, mitologías griegas y romanas, judías, cristianas, y un sinfín de adaptaciones sociales a las angustias existenciales recompuestas como dogmas recibidos para mantener una cohesión social debido a tres factores principales, los cuales enumerare a continuación.
También, los dioses han sido creados debido a una multitud de factores suplementarios conectados a aquellas condiciones que marcan el carácter del desarrollo dogmático a través de los eones, y a través de las condiciones y segmentos sociales, que van desde la simplicidad familiar, a la supraestructura de organizaciones verticales en su consolidación político social, que nos conducen a nuestra época en la que los clichés y aceptación esotérica se ha ido consolidando desde el principio de los tiempos para calmar las ansiedades de no querer perder nuestra conciencia cultural, y de sensaciones físicas.
El temor a la pérdida de identidad, y perdida de la continuidad de concienciación existencial. En definitiva, somos ‘egos’ plasmados en las manos pintadas de ocre en las profundidades de las cavernas. Manos con una relevancia de perdurar bajo el concepto de yo, soy yo; y por tanto permanecer en el limbo de una unión social generacional y duradera con una relevancia de personalidad que ya no existe, que dejó de existir. Esos conceptos que increíblemente creamos para mantener la ilusión de extender lo espiritual, y lazos con los que nos identificamos afectivamente.
Son nuestras manos, nuestras lapidas y los objetos fetichistas que nos acompañan ejemplificadores de nuestra importancia social pronto a desaparecer. Objetos que nos ilusiona que perduren dentro de nuestros sueños de continuidad infinita. Las esperanzas se ajustan a lo eterno como motivo para sobreponerse a los decaimientos existenciales, y a las lógicas racionales de aquellos que desconfían de las promesas sin continuidad de verificación y testimonios directos.
Los dioses, pues, mantienen la continuidad existencial para alivio de nuestra incertidumbre.
El justificar nuestros desmanes y castigos hacia las fuerzas de otras tribus amenazantes, externas a nuestro medio ambiente, por medio de los entes todopoderosos creados para mantener nuestros márgenes de seguridad social y tribal.
Estos dioses todopoderosos con fuerzas supra naturales, estas influencias de poder justifican las miserias aleatorias, de las que tanto nos regocijamos cuando acaecen a esas tribus o individuos amenazantes. Tales fuerzas supra humanas son las fuerzas que nosotros justificamos como divina intervención en protección de, no solamente nuestros intereses, sino la intimidación hacia aquello que pueda ser una apuesta al consenso uniforme de autoridad de los líderes. Tal poder es otorgado por los dioses para sustentar nuestra influencia en nuestros círculos de vivencia física y emocional.
Los dioses, pues, nos autorizan a decidir sobre la suerte de nuestros enemigos.
Mantener la disciplina y orden social, como fruto de lo anterior, o sea, la autoridad del poder, o el poder de la autoridad, las cuales se invierten según las necesidades retóricas acomodadas a los niveles escalonados de poder.
Esta disciplina autoritaria de la que formamos parte son las autoestimas de superioridad que ejercemos sobre las tribus que no se acogen a nuestras enseñanzas y rutinas de simbolismos mundanos, pero que crean la fuerza de las creencias que mantiene la consistencia de unidad. Este nuevo orden social de comando direccional justifica la organización paralela, y en consonancia con un entorno político en función de una supervivencia social que complementa los puntos anteriores. Se integran, por tanto, las reglas políticas (leyes) y reglas dogmáticas (dogmas de fe). Aunque bien observamos, que estas dos fuerzas, han entrado en conflictos de poder. Unas veces resueltos por la intervención divina (las menos veces) y otras por la intervención de la fuerza, aunque por supervivencia se han tolerado increíblemente, y han terminado coexistiendo con fines comunes para someter los elementos de disidencia producidos por los análisis críticos de los entes racionales. Hoy día es una dualidad cultural esotérica/política muy afianzada, con una perspectiva histórica de carácter intelectual, corta en deducción empírica, desfasada, y circunscrita a las épocas anteriores a los siglos de las luces.
Los dioses, pues, exigen obediencia, basados en conceptos judío/cristianos, aunque vergonzosamente se alíen con las fuerzas políticas para mantener una hegemonía de influencia, y un orden que nos acerque a un destino final en los que nos libramos de las preocupaciones agonizantes de decidir y evitar equivocarnos, aceptando la continua obediencia y sumisión a las fuerzas ocultas que nos mantienen acomodados y satisfechos a nuestro medio social.
Y así llegamos a nuestros días, sin saber superar los complejos a los que sometemos la inteligencia humana, producto de una coerción social aceptada como norma de modus vivendi, con sus ramificaciones legales obligatorias.
Leyes basadas en prejuicios, en guerra contra las funciones empíricas científicas, y de evolución negadas por los dogmas, y leyes basadas en convenciones emocionales impuestos en la educación básica de las tribus en las que hemos crecido y educado.
El miedo, como consecuencia, se ceba en la inseguridad existencial del individuo, y como tal, dentro de un colectivismo social asegurado por la fuerza colectiva misma.
Los dioses, pues, bajo cualquier enunciado, acompasan esa extensión desconocida etérea, que nos aferrara a mantener nuestros niveles existenciales más allá de nuestros pasos terrenales; con las correspondientes ilusiones y ansiedades humanas, que, curiosamente, no podremos ejercer más, pero que mantenemos vivas con la ilusión y esperanza de continuar las sensaciones cotidianas, que con tanto trabajo hemos conseguido y de las que no nos atrevemos a renunciar. Con tales principios, nuestro alter ego seguirá presente en la “vida de ultratumba”, aunque la marcha hacia ella se proyecta en un presente continuo fuertemente enlazado con nuestros dioses, las esperanzas y con un orden sistemático que justifica nuestra aceptación, o mejor dicho, el rechazo de nuestros miedos de pérdidas de los bienes tangibles y emocionales, y con los que continuaremos en el más allá.
De tal modo superamos, pues, lo que biológicamente vemos que tiene un fin (nuestra vida), la que nos dan tanta inseguridad y tristeza con la pérdida de todos los lazos emocionales. La espiritualidad nace como consecuencia de tales deseos. Los modismos y supersticiones que condicionan nuestra existencia, ahora encauzada por las religiones nos lleva a los nuevos paraísos adaptados a las variaciones dogmáticas que hemos creado en sociedades distintivas, y pasado a las generaciones futuras.
Los dioses, pues, han sido el resultado de la constante humana de buscar soluciones (mágicas), fuera de nuestro control, a las preocupaciones, miedos. Los niveles de dogma mantienen el comportamiento que directamente aseguran el bienestar de la tribu; hoy más extendida socialmente, creando las regulaciones que sistemáticamente incluyen prejuicios, fobias, y todas las condiciones que minimizan la capacidad de pensamiento crítico, y anulan la capacidad de disentir en confrontación directa contra lo que se percibe como la irracionalidad de los que no admiten desafíos intelectuales.