Religión y espiritualidad

                 

    “La religión es el círculo y la espiritualidad, el centro”      OSHO, (1931-1990), líder de un movimiento espiritual de origen indio.    

          

Por Manuel Pascual

A lo largo de la historia, los pueblos se han volcado siempre a elegir religiones teístas. Sea en pos de un Dios único y todopoderoso o de varios que comparten o compiten por poderes y zonas de influencia. Sean dioses antropomórficos o personificados en entidades de la naturaleza como el Sol, la Luna o los planetas. Dioses de todos los tipos, conductas y características. Dioses benévolos e indulgentes o exageradamente justos, hasta rozar la crueldad.

       Religioso es aquel que conoce y cumple unos determinados preceptos, normas o mandamientos dictados por otro, en este caso Dios. Este sería el aspecto objetivo de la religión. Subjetivamente hablando, religioso seria aquel que no solo conoce sino que también interioriza esos  mismos preceptos, normas o mandamientos y procura vivirlos cumpliendo los deseos de uno o más dioses que directa o indirectamente, ordenan o han ordenado, legislan o han legislado, determinan o han determinado lo que es correcto y lo que no es, premiando o castigando a los fieles según su conducta.

     La religión no es propiedad exclusiva de una determinada confesión religiosa. Va mucho más allá de cualquier sectarismo; trasciende a cualquier Iglesia; procede de cualquier divinidad y todo el mundo puede practicarla. Pero no se puede ser religioso al margen de un Dios. La  palabra “religión” procede de la latina “religare” que significa vincularse a otro. Por lo tanto, la religión implica esencialmente vínculo o dependencia  

    Toda persona religiosa posee una dimensión espiritual. Pero no toda persona espiritual posee una dimensión religiosa. La persona que es religiosa nutre su espíritu de palabras, consejos, normas y preceptos que proceden de su religión y le exigen vivir y practicar una determinada espiritualidad. 

     En Occidente la religión dominante ha sido el cristianismo y estamos seguros de que el mundo hubiera sido otro y distinto sin él. Si mejor o peor es imposible saberlo. Y dentro del cristianismo, en Europa, la religión católica con sus normas y doctrinas. Una de ellas es  la necesidad  de la gracia, que Dios concede gratuitamente a todos los hombres y mujeres según el Catecismo  de la Iglesia Católica y la necesidad de la fe, que es algo así como un germen o un don que hay que desarrollar hasta que adquiera una determinada madurez, es decir, que sea asumible y se imponga por si misma frente a las dudas irracionales. Diríamos, según esto, que el religioso, en clave católica, es en cierto modo dependiente. Necesita estas dos muletas para andar. Sin ellas no puede avanzar ni un paso ni definirse como tal.

         Las religiones en general son, ante todo para determinadas personas, fuentes de sentido, de alegría, de esperanza y de consuelo. A cerca de ellas el psiquiatra Luis Rojas Marcos decía que “son espejos donde los creyentes reflejan la esperanza que florece en sus mentes; se apoyan con esa ilusión para neutralizar su impotencia ante las calamidades y, en muchos casos, obtener el impulso necesario para sobrevivir. Por eso hay científicos –añade- que consideran las religiones una herramienta de nuestro instinto de supervivencia”. 

   Ciertamente, las personas creyentes tienden a contemplar la vida de otra manera. Al creer en el Más Allá y sus recompensas,  sobrellevan mejor ciertas adversidades, tales como la pérdida de un ser querido o las enfermedades mortales, por ejemplo. La religión se convierte en un ingrediente básico para afrontarlas, sean del tipo que sean y en este sentido, la religión si no es necesaria para vivir la “hacemos necesaria” para subsistir, tal como lo sugiere Rojas Marcos.

        Religión y espiritualidad, a lo largo de la historia, son también dos hechos vinculados, pero en ningún caso interdependientes. Son como dos ramas de un mismo tronco que muchas veces crecen juntas y entrelazadas.  La religiosidad, es más trascendente, tiene siempre un punto final: la plenitud junto a Dios u otra divinidad. En cambio la espiritualidad, es más inmanente, se nutre de las realidades de esta vida y persigue que convivas con ellas amigablemente, felizmente y serenamente. Se trata de  una espiritualidad que pretende abrir los ojos de la humanidad a un mundo que dé valor a lo importante y no a lo superfluo. Un mundo que despliegue una “espiritualidad humanista”, que considere al ser humano más allá de su raza, su religión, su cultura, su condición económica y social y que no admita la clasificación de individuos en “Mejores” y “Peores”, en “Los de Arriba” y “Los de abajo”, en “Los que Mandan” y “Los que Obedecen”.   

    En los estos tiempos se percibe, por ejemplo, en la sociedad Occidental, mayor sensibilidad e interés por las dimensiones o disciplinas místicas de Oriente, como el yoga, la meditación trascendental o el zen. Esta sociedad oriental agrega hoy a Occidente una nueva visión de la relación del hombre consigo mismo y con Dios, un modelo espiritual más libre y creativo, más individual, más ligado al mundo interior y personal, más atado a lo que soy que a lo que hago. 

   Espiritualidades de corte Oriental que siguen marcando época fueron  Gandhi, Buda y todos aquellos que con su silencio e interiorización, sea ya junto a un árbol, un manantial o una fuente, se estaban interpelando y conquistándose a sí mismos.  De cualquier modo, se trate ya de la espiritualidad de quienes son creyentes en Cristo, en Gandhi o en Buda o las que proporciona el Yoga, el Tao y similares, lo importante es que mejoremos todos este  mundo que habitamos, seamos más humanos y más felices y que  nos miremos a nosotros mismos porque el camino está en el interior de cada ser humano.

     La religión y las religiones estarán siempre en el punto de mira de los creyentes, ateos, psicólogos, teólogos y filósofos por la importancia que tienen y por como determinan vivir o no vivir de unas determinadas maneras según las creencias de cada cual, el “hic et nunc”, es decir,  el aquí y el ahora, poniendo al mismo tiempo los ojos en el “ya pero todavía no”  y el Más Allá.