En el ámbito antropológico, la huella genética condicionante de las manadas salvajes, desde hace millones de años, ha sido la de aparearse, y competir en el ámbito sexual reproductivo (van juntos) para preservar la herencia genética, sea del macho dominante o del oportunista, esperando la ocasión de extender a las futuras generaciones sus marcas genéticas dominantes; o así nos han educado en creer.
La igualdad sucede en ambas direcciones, en una marca muy clara que no va en detrimento de género, más bien cumpliendo con unas normas que nos han hecho llegar a donde estamos (selección natural).
Es por eso que los mirones (lo observamos en los programas sobre la naturaleza) en los ámbitos primates existen en las colonias de chimpancés, cuando el dominante ejerce sus funciones de apareamiento y cuando los oportunistas aceptan el invite de las hembras cuando el jefe no mira. Tan importante como el rechazo hacia el macho bajo la autoridad y criterio de la importancia de la hembra. Así pues, vemos al macho camino de vuelta de vacío.
Pero, la moral judeo/cristiana impone nuevas normas, leyes de sumisión y obediencia, las cuales son las nuevas bases para mantener la cohesión de la llamada “familia” dentro de los ámbitos dogmáticos muy específicos, la cual sitúa como parte del patrimonio varonil. El padre es varón, y las reglas ya sabemos quiénes las impusieron. Aunque fuesen las féminas las que al final del día habían cosechado las reservas para alimentar el entorno familiar en detrimento del orgullo varonil, a través de los milenios pasados. Eso produce seguridad y continuidad en el mantenimiento y supervivencia social al establecer lazos que aseguran la consolidación celular de la sociedad (ya existía anteriormente) bajo condiciones ya más de acuerdo con sus principios dogmáticos en un régimen de imponer los valores según las reacciones de fuerza física y restricciones que neutralizaban su falta de inteligencia, más a tono con las nuevas prescripciones de fe, mientras reprimían a partir de entonces la capacidad intelectual de la mujer.
La prostitución, a partir de la imposición dogmática se penaliza en el ámbito social, y, es una consecuencia de la desconexión entre la cohesión social y la supervivencia, una vez que el ámbito celular se deteriora en favor de los que amenazan a los propios elementos que han mantenido la tribu viva, es decir las hembras.
Nos erigimos, a partir de las nuevas normas, en moralistas y redentores de lo que es bueno y malo, olvidando que la existencia de la profesión más antigua de la humanidad (como elemento de retribución monetaria) no es nada más que la preservación al límite de poder vivir un día más bajo condiciones brutales, y riesgos de integridad física. Lo cual nos lleva al paradigma que nos da miedo mencionar: la motivación es pobreza y decaimiento como consecuencia de nuestras faltas de funciones de amparo y acogida. Desconexión de nuestras facultades morales y despegue de nuestra humanidad y lazos comunes hacia los demás, que nos hacen indiferentes por los todos tipos de prejuicios creados que nos tienen alejados e indiferentes por temor a contaminarnos en el ámbito negativo y de prejuicios sociales. Al fin y al cabo, a quien le interesa mostrar la relación generosa y humana con una mujer publica sin ser la comidilla del barrio.
En este contexto, Jesucristo se equivocó cuando refiriéndose a la mujer “pecadora publica” le amonestó:
—Tus pecados quedan perdonados.
—Tu fe te ha salvado; vete en paz.
Los evangelios no nos dicen porque esta mujer pecaba.
-¿Habría de entenderse que esa mujer que fornicaba, por el supuesto placer de hacerlo, era la única que pecaba? Pues no hay corolario acerca de reproches hacia los varones, lo que nos lleva a intuir o sospechar el papel que el varón otorga a la mujer a partir de los nuevos principios bíblicos. Papel que, desgraciadamente, se refleja en nuestros tiempos.
-¿Habría que entender que Jesús conocía (o debería haber conocido) de las estrecheces de vida de tal mujer y por tanto hubiese podido sacarla de su miseria económica con una acción de solvencia económica, pues hubiese sido fácil para él?
No sabemos. Los evangelios no especulan con tal posibilidad. Pero si nos dejan la percepción actual de la mujer, la cual carece del mismo derecho que el hombre, solo bajo un carácter paternalista en relación de las funciones que pueden ejercer bajo mandato y visto bueno de la magnanimidad varonil. Así, hemos llegado a una igualdad desfasada y falsa que impera hoy. Y como tal nos va.
En cualquier caso, todo lo anterior refleja ya la crueldad humana y como humillamos a los demás para denotar nuestras superioridades; si, como entendemos, nos relacionan con lo hemos aprendido para poder sobrevivir bajo mandato patriarcal.
¿Estaríamos mejor si superamos los miedos de prejuicios y damos cabida a las personas que se venden para poder sobrevivir, sacándolas de sus miserias, y dando valor a sus valías, en nuestro mundo actual?
Pobreza y carencias, son anatemas que con sus consecuencias relegamos a los otros, (pocos cogen el relevo), y con las que damos ventajas y existencia a esos indeseables proxenetas que viven de las miserias de otros, mientras que nos elegimos doctores de moralidad abandonando nuestras responsabilidades, y condenamos a los que están en más en desventaja.
Mientras, a pesar de las leyes, los abusos se siguen ejerciendo con vítores y alegrías de manadas. Y son los unos los que tienen que evitar los desmanes y prejuicios de los otros, extendiendo, no la validez de las leyes, que, o bien no se entienden o cabrean a otros, pero más bien los valores para compartir toda la riqueza que nos mantiene unidos, aupando los valores de todos nosotros.
Desde mi atalaya en Toronto.
Jose Millán