Por Sebas Bascuñana
Un hombre que paseaba por el campo (y que no era «de campo») vio un huevo bajo un árbol. Pensó que debía de haberse caído de algún nido de pajarillos. Pero al escudriñar detenidamente el árbol aquel, se dio cuenta de que allí no había ningún nido en ninguna rama.
Así que se llevó el huevo, pensando que la madre había volado, y que el viento de la noche anterior debía de haberse llevado el nido vacío.
Nuestro hombre, en su casa, atendió solícitamente al huevo y le dio calor como mejor pudo. ¡Se sintió tan bueno y comprensivo! ¡Muy ufano!
Varios días más tarde el cascarón eclosionó, y de él salió una horrenda especie de serpiente venenosa que, antes de que pudiera decir «¡Me cago en…!», ya le había mordido en el tobillo en pocas décimas de segundo.
El hombre murió rápidamente (y pasmado), víctima del más letal veneno neurotóxico que jamás se haya visto sobre la tierra.
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Moraleja: ¡ojo con «incubar» huevos que pueden ser del fascismo