LA HISTORIA Y SU FUNDAMENTO TEOLÓGICO

Por Manuel Pascual

(Reflexión teológica sobre la historia)

Es Él quien ordena los tiempos y las circunstancias…”
(Daniel 2, 21)

Para la Teología el transcurrir de la historia era lineal, tal como lo explicaba San Agustín (354-430 d.C) en su obra La Ciudad de Dios, en clara oposición a la Filosofía clásica que la definía como cíclica. Tucidides (+401 a.C) decía que la Historia se configuraba como un progreso en espiral y Aristóteles (384 a.C) hablaba acerca de ella aludiendo al “mito del eterno retorno”. Según San Agustín, la Historia comenzó con la creación del mundo (CD. XI,4)-“Dios hizo el cielo y la tierra“ y terminará en el Juicio Final (C.D. XX, 1) – “en el que Cristo vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos”.

Otros filósofos más modernos y de renombre se han ocupado también de este tema. Recordemos a Hegel (1770-1831) y su teoría acerca de la reconversión de la Historia considerando la dialéctica que establece la Tesis, la Antítesis y la Síntesis, o bien el libro de Kant (1724-1804) sobre Filosofía de la Historia.

En la concepción agustiniana de la Historia expuesta en su obra La Ciudad de Dios, Cristo lo es todo; Él es el nuevo Adán que da la vida al género humano, el Redentor que nos libró de nuestra caída, el Único y Verdadero Mediador. Sin Cristo, la Historia es ininteligible y en torno a Él se desarrolló la Historia antigua, se desenvuelve la contemporánea y en Él y sobre Él gira la posterior.

El admirador e investigador de la Teología agustiniana, el historiador Henri-Irenée Marrou (Marsella, (1904-1977) cuya tesis doctoral versó sobre San Agustín y el fin de la cultura antigua, en su libro Teología de la Historia, único en esta especialidad, expone una detallada reflexión teológica sobre este tema. Es un libro que goza de una renovada actualidad y resulta de especial utilidad para quienes tengan interés en profundizar sobre dicho tema. En él nos recuerda que la historia tiene un sentido final único, prometido en la Biblia, que apunta a “completar el número de los elegidos”.

Según este autor, Dios existe, está hoy sosteniendo a todos los seres y es el Señor de la Historia porque no sólo la conoce, sino que todo cuanto ocurre o acontece es porque Êl lo ha querido o permitido:

Él es quien ordena los tiempos y las circunstancias, y quien pone y quita a los reyes” (Daniel 2,21)

Él fijó las estaciones y los confines de la tierra para que busquen a Dios, y siquiera a tientas, lo sepan encontrar; pues en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos de los Apóstoles 17,26-28)

En Él se nos reveló el secreto de la Historia, el misterio de la voluntad divina, pues Cristo recapituló todas las cosas, las del cielo y las de la tierra” (Efesios 1,9-10)

A partir de este acontecimiento cristológico, el ser del hombre adquiere un sentido nuevo; tendrá como meta reunirse con Cristo, para ser incorporado a Él, para ser salvado, santificado y deificado por Él y en Él; y la historia, su propia historia, tendrá un nuevo valor y un nuevo alcance, será la historia de la salvación.

Ahora bien, continua diciéndonos, el hombre actual se encuentra enclavado entre dos acontecimientos o dos manifestaciones de Cristo: la primera, anunciada por los patriarcas y los profetas. Esta ya ha sucedido, es la encarnación del Verbo eterno hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación que culmina con el triunfo de la ascensión. La segunda, está por venir. Es la Parusía o la consumación de la historia del mundo. Entre ambas, dice Marrou, se da un tiempo intermediario, un tiempo de crecimiento, llamado “tiempo de la Iglesia” a la que pertenecemos por el bautismo y por la gracia. Iglesia, cuya cabeza es Cristo y nosotros sus miembros.

Añade, además, este autor que la historia es un misterio, un sacramento, algo que es objeto de la Revelación, porque de la historia sólo conocemos el fin, pero no cuándo llega ni cómo, porque esto es algo que por su naturaleza no está dentro del orden de la experiencia sensible y escapa necesariamente a nuestra visión. En Mateo 24, 36 dice Jesús:

Ese día o esa hora, nadie la conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre”.

Ese misterio sólo lo despejaremos el día del Juicio Final. Dicho Juicio, según cuenta la parábola del trigo y de la cizaña, afectará a todos, pues en el mundo crecen juntos el buen grano y la mala hierba, y crecen mezclados de forma tan difícilmente distinguible que los ángeles del Señor no podrían arriesgarse a separar la cizaña sin caer en el peligro de arrancar el trigo al mismo tiempo. Por tanto, habrá que esperar el día de la recolección final que sólo Dios conoce. Durante el tiempo de espera en el que vivimos los cristianos entre “el ya pero todavía no”, debemos recordar las palabras del Padrenuestro “venga a nosotros tu Reino” y las palabras mesiánicas y adventistas de final del Apocalipsis de San Juan:

Ven Señor Jesús”. (Apoca. 22,29)

En este tiempo, insistimos, lo que seremos, lo que debemos ser, no aparece todavía a plena luz, pues el tiempo de la Iglesia es el tiempo de la fe, en el que caminamos entre penumbras, en esa medio claridad del espejo y del enigma. Para el cristiano, es el tiempo de la llamada a la conversión y a un tiempo de prueba. Es el tiempo de la gracia, de la presencia de la gracia en el hombre siguiendo a S. Pablo y S. Agustín.

Nuestro tiempo actual, concluye el autor, contiene una serie de notas de carácter revelado: es el tiempo de la misión, de la llamada, de la actividad, de la oración y del testimonio. Nos recuerda San Lucas:

Velad y orad para no caer en la tentación”. (Lc.12, 3)

Y es también el tiempo de la conversión, ya que se nos recuerda a menudo lo que debemos ser:

La luz del mundo y la sal de la tierra”. (Jn 8,12)

En definitiva, el fundamento de la Teología de la Historia es que nuestra fe no debe basarse en conjeturas e ilusiones del pensamiento humano, sino en lo que dice la Revelación, es decir, en la misma Palabra de Dios que vive siempre en su Iglesia y es recibida y transmitida a través de ella.

Author: Manuel Pascual

Manuel Pascual Berenguer. Ldo. Filosofía y Ciencias de la Educación por la U:N:E:D. Ha sido profesor de Ética y Filosofía en Secundaria y Bachillerato.