De Foucault, el poder, sus relaciones y articulaciones en el desarrollo de las sociedades(I)

 Por Amparo A. Machí

 

 

Pájaros, L.Orlando 

«El individuo es sin duda el átomo ficticio de una representación ideológica de la sociedad pero es también una realidad fabricada por esa tecnología específica de poder que se llama la disciplina.»

 

Foucault

 

Según Foucault, la naturaleza humana y los valores que la rigen se reconstruyen en cada momento de la Historia; y lo hace según la relación entre poder-saber y subjetividad (sujeto) vigentes en cada uno de esos momentos. Así, se establecen los límites que expulsan o acogen a los sujetos de la sociedad, articulándose en una relación de poder interrelacional. Basándonos en sus ideas, significaría que los valores y comportamientos de una sociedad no están ligados a una naturaleza propia, sino a esas relaciones. Pero sabemos que los comportamientos humanos en sí mismo no varían en el tiempo. A poco que uno haya leído, bien las viejas tragedias grecolatinas, las novelas del diecinueve o las obras más recientes, nos damos cuenta de que los motivos y actuaciones de las personas no han cambiado en el tiempo; tenemos las mismas pasiones y sentimientos ahora que hace 2000 años. Sin embargo, esos sentimientos no los causan las mismas cosas ni de la misma manera, como bien apunta Foucault, y así es como ha de interpretarse. La explicación de ello es que los mismos estarían determinados por esas relaciones que se establecen con el poder en cada momento y que crean una serie de paradigmas variables en el tiempo. Es decir, que lo que hace siglos nos podría producir placer o satisfacción, vistos con los paradigmas de hoy nos produce rechazo, repugnancia, o viceversa.

Así lo cuenta Foucault en su libro Vigilar y castigar, cuando nos relata las crueles torturas que sufre un reo en un espacio público, por orden del rey, hasta la muerte. Un espectáculo al que acudían todos los súbditos con sus niños, como si de una fiesta ejemplarizante se tratase, y donde nadie se escandalizaba por aquellas escenas, porque era en ese momento algo admitido como natural. Sin embargo, setenta y cinco años después, las nuevas corrientes del pensamiento de las luces fueron impregnando el ámbito sociocultural, y se produjo en la sociedad un cambió de paradigmas. El castigo quedó relegado a un encierro disciplinar que consistía en la privación de la libertad en una institución, y no a un suplicio corporal público aplaudido por las masas, que ya es considerado intolerable e inadmisible por este nuevo paradigma social, que recoge y reasigna las ideas de los pensadores ilustrados del momento.

Sabemos que en el pasado el poder se ejercía de una manera vertical, que variaba según la época. Normalmente, lo ostentaba una clase privilegiada que establecía unas relaciones de vasallaje con el rey y con el pueblo. El rey era la figura absoluta de poder y era usado de forma pública. La religión también tenía un papel de control al servicio de aquellas élites. Tras la modernización de las sociedades y la desaparición del antiguo régimen, y con la entrada de las nuevas corrientes de pensamiento que se dio en llamar “El siglo de las luces” el poder, poco a poco, va perdiendo esa verticalidad y ya no es en sí mismo representado, sino que «circula», se ejerce desde las relaciones que se establecen a través de la nueva disciplinariedad del individuo como parte productiva de una sociedad. Se institucionaliza al sujeto, separándolo en grupos y niveles distintos para poder controlar y educar en pos de una sociedad más productiva y de mayor calidad para los fines que se persiguen, primero en las instituciones penitenciarias, dejando a un lado el suplicio corporal que hasta entonces había constituido el castigo del delito, para pasar a un “castigo del alma”, es decir, el encierro y la privación de libertad del delincuente. Esta primera incursión disciplinaria se fue trasladando poco a poco como sistema a otras instituciones y ámbitos sociales.

Las libertades que trajeron estas nuevas ideas transformó también las viejas formas de poder en otras esferas de la vida, pues ya no eran funcionales para el desarrollo de las nuevas sociedades y se fueron consolidando en el tiempo. Es así como aparece el sistema disciplinar dentro de otros contextos. Tras implantarse las penitenciarías, las sociedades van necesitando también de disciplinas similares para organizar sus interactuaciones. Así, poco a poco se van creando esas disciplinas como la manifestación de un poder en las instituciones donde las personas intereactúan como algo necesario para el desarrollo y el crecimiento, dejando de ser algo vertical para ser un poder más relacional o recíproco.

En esa relación poder-saber, la educación se ejerce de manera disciplinar sobre los individuos, normalizando los colectivos y excluyendo a aquellos que no se adaptan. El ejercicio de ese poder es en realidad algo deseable en su cara amable, porque facilita esa producción del saber, y prepara y permite que los sujetos cumplan una función dentro de la sociedad, mejorando el desarrollo de las sociedades y de la vida, pero también se aparta aquello que no se adapta a la disciplinariedad que se aplica, ejerciendo así una separación de los considerados inadaptados (variables según la época) como un castigo social. Así lo expresa Foucault en este fragmento:

«Quizás haya que renunciar también a toda una tradición que deja imaginar que no puede existir un saber sino allí donde se hallan suspendidas las relaciones de poder, y que el saber no puede desarrollarse sino al margen de sus conminaciones, de sus exigencias y de sus intereses. Quizás haya que renunciar a creer que el poder vuelve loco, y que, en cambio, la renunciación al poder es una de las condiciones con las cuales se puede llegar a sabio. Hay que admitir más bien que el poder produce saber (y no simplemente favoreciéndolo porque lo sirva o aplicándolo porque sea útil); que poder y saber se implican directamente el uno al otro; que no existe relación de poder sin constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y no constituya al mismo tiempo unas relaciones de poder. Estas relaciones de «poder-saber» no se pueden analizar a partir de un sujeto de conocimiento que sería libre o no en relación con el sistema del poder; sino que hay que considerar, por lo contrario, que el sujeto que conoce, los objetos que conocer y las modalidades de conocimiento son otros tantos efectos de esas implicaciones fundamentales del poder-saber y de sus trasformaciones históricas. En suma, no es la actividad del sujeto de conocimiento lo que produciría un saber, útil o reacio al poder, sino que el poder-saber, los procesos y las luchas que lo atraviesan y que lo constituyen, son los que determinan las formas, así como también los dominios posibles del conocimiento.» (Vigilar y Castigar, Foucault)

Pero el poder tiene otras formas más eficientes de llevarse a cabo. Siguiendo con Foucault y su libro, nos cuenta cómo a finales del S XVIII, con el fin de paliar las epidemias de la peste, se establece una cuarentena que mantiene a las familias con casos encerradas en sus casas, con un estricto protocolo de vida y controladas por vigilantes para que cumplan esas normas.

En este desarrollo del poder y la vigilancia entra en juego lo que él denomina Panóptico. Una torre de forma redondeada dividida en celdas donde los presos tienen ventanas desde donde son vigilados y a su vez pueden ver la vigilancia a la que son sometidos ejercida desde un solo lugar de la torre y separados de sus compañeros por muros. Es decir, se va instaurando una nueva forma de poder que tiene más que ver con la conciencia individual del sujeto sobre el que se ejerce, que, sabiéndose vigilado, adecua sus conductas y actos a esta circunstancia y que le impide establecer relaciones con otros sujetos. Trasladar eso a la sociedad moderna de hoy como una metáfora de lo que ocurre no es difícil.

Ahora bien, si, según Foucault, la sociedad actual basa sus actos en esas relaciones de poder-disciplinaridad y sujeto, entendiendo como tal la separación de los sujetos en niveles para su educación o su separación según su adaptación, y atendiendo a esa vigilancia que evita ese salirse de la norma, cabría pensar muy bien quiénes y cómo actúan los artífices de ese poder, para establecer qué cambios de paradigmas se están favoreciendo en las sociedades de hoy y porqué.

En realidad ha sido así siempre. Es evidente que en las sociedades de la antiguedad, los intereses iban en favor de las clases privilegiadas, quienes no querían perder su estatus, y el poder era ejercido en la verticalidad para evitar esa pérdida de privilegios. Un sistema de prebendas entre la nobleza y a través de la religión o de otras reglas sociales, mantenía al pueblo sumiso. Pero en las sociedades modernas las clases privilegiadas ya no son las élites directamente las que ostentan el poder, sino que el poder circula a través de esas relaciones a las que alude Foucault, y los políticos se convierten en meros artífices al servicio de esas élites que están por encima de ellos. Y aparecen otras nuevas formas de poder más sutiles y elaboradas, pero estas las dejaremos para otra ocasión.

Author: Amparo A Machi

Escritora y poeta valenciana. Librepensadora de espíritu autodidacta. Filósofa por vocación. Realicé estudios de Filólogía hispánica. También soy Grafóloga y Perito calígrafo. He recibido diferentes premios y reconocimientos nacionales e internacionales en mi carrera (Premio Nósside, Voces nuevas, de edit Torremozas... etc). Obra: Cuentos neuróticos (relatos), Filoversando en Nod (poesía) y Metamorfosis (miscelánea). Fundadora de Proyecto Metamorfosis. Miembro de varias asociaciones culturales y sociales.