¡Que gobiernen los filósofos! Esa era la propuesta que hacía Platón (S. V a. c.) para remediar los males políticos de su época. Había observado que la oligarquía cometía abusos de poder e injusticias, pero la llegada de la democracia no había mejorado las cosas de manera notable tal y como él esperaba. Este sistema de gobierno había acabado decepcionándolo fundamentalmente por tres razones: en democracia cualquiera (aún sin la suficiente preparación) podía alcanzar el poder, los demócratas habían condenado a muerte a su maestro Sócrates (al que él consideraba el más justo de los hombres) y además los demagogos podían manipular a las masas mediante el arte de la palabra convenciéndolos prácticamente de cualquier cosa. Me pregunto si no serían aplicables las mismas reticencias a la política de nuestro tiempo, ¿no hay demasiado en común a pesar de los siglos transcurridos?
En vista de todo ello, Platón diseñó un plan que incidía sobre todo en la selección y preparación de aquellos elegidos para llegar a ser gobernantes. Estos no serían otros que los privilegiados en los que predominara la parte racional del alma y no se dejaran llevar por sus instintos o pasiones. Sólo un proceso educativo riguroso y arduo, al que se dedicaría tiempo y esfuerzo, les haría llegar a contemplar el mundo de las Ideas y, por lo tanto, la auténtica verdad.
Siguiendo el intelectualismo moral que Sócrates había planteado y que Platón aplicó a la política, aquel que actuaba mal era por ignorancia, de manera que los filósofos, una vez terminada su preparación serían personas no sólo sabias, sino también justas y honradas, íntegras desde un punto de vista moral, sin ambición de riquezas ni poder, sin pretensiones individualistas y que trabajarían siempre por el bien de la comunidad entregados por completo al servicio público.
¿Utopía? Tal vez, pero no podemos dejar de lado que la propuesta debería seguir estando en vigor en la actualidad, ¿o no es un tema común a cualquier ideología el hecho de plantear que mereceríamos mejores gobernantes? La ciudadanía debería demandar una mayor preparación de nuestros políticos, que existiera una formación que les garantizara no sólo un elevado nivel académico, sino también el llegar a desempeñar sus funciones con cierta autoridad moral resultado de un estricto código ético voluntariamente asumido.
Puede que nos parezca ingenuo el pensamiento de Platón sobre que si un hombre ha llegado a entender en qué consiste la justicia jamás se comportará injustamente, pero sería maravilloso plantear esa utopía como meta reguladora que indique hacia dónde deberíamos encaminar la ética política. Y estoy segura de que así, muchos de los males de nuestro tiempo, que tienen que ver con el comportamiento de nuestros dirigentes, desaparecerían.
En otras palabras: un gobierno de filósofos ¿por qué no?