El comportamiento de los seres humanos se define e identifica por ser libre, autónomo y responsable. Es decir, de las múltiples opciones de actuación que se te presentan, tú eliges aquella que en esos momentos te parece más conveniente o menos dañina, de manera acertada o no, pero siendo consciente de que tendrás que aceptar las consecuencias. Es amplia y controvertida, sin duda, la disertación sobre la libertad, pero hay un acuerdo bastante consensuado en cuanto a las acciones que realizamos, digamos de manera cotidiana, sin que supongan decisiones demasiado trascendentales; se supone que son asumidas libremente. Y es ahí donde quisiera encuadrar mi reflexión sobre el saludo.
En nuestro entorno concretamente, creo que la cosa se nos ha ido un poco de las manos y fruto del apasionamiento y la cordialidad ¿mediterráneos?, los saludos se han convertido en algo demasiado efusivo y, en mi modesta opinión, que roza la esfera de lo íntimo. Y a lo que me refiero es que parece que a cualquiera que te sea presentado o tengas que saludar, hay que besarlo. La inclinación de cabeza amable acompañada de una sonrisa o el apretón de manos, han pasado a la historia y han sido desplazados por un gesto que supone el mismo contacto físico que con quienes nos une una relación de amistad especial, familiar o afectiva. Es verdad que el saludo es algo cultural y que depende de costumbres y usos, pero en nuestro país los dos besos se han generalizado de una manera que conviene analizar, ya que no se diferencian apenas entornos, grados, ámbitos de relación y ello acaba trivializando un gesto al que deberíamos dar la importancia que merece.
¿Tiquismiquis, antipática, arisca? Afortunadamente los años te dotan de experiencia y tablas suficientes como para poder salir airosa de ese tipo de trances y ya no me suponen un mal trago como antes, pero os aseguro que es algo que me he planteado desde niña y que a veces me ha hecho sentir realmente incómoda. Por suerte, los filósofos siempre vienen en nuestra ayuda y allí estaba Ortega y Gasset con su ‘Meditación del saludo’ para reafirmarme en mi postura.
Supongamos que voy a una reunión privada a la que me ha invitado un conocido (decía Ortega), es algo voluntario que realizo por propia intención, sabiendo por qué y para qué lo hago. Pero, cuando al entrar me pongo a estrechar manos (y no digamos ya, a dar besos); ¿esto es algo que yo he elegido libremente? ¿proviene únicamente de mí? ¿qué es realmente el saludo? Según Ortega, es algo que proviene de fuera, es extraindividual, un acuerdo social impuesto que no realizo de forma espontánea, sino que a menudo incluso cumplo a regañadientes. Por lo tanto, si dicho acto no se ha originado intelectualmente en mí y no procede de mi voluntad, ¿se trata en realidad de un movimiento mecánico, inhumano? Además es algo que muchas veces no entiendo, que hago a la fuerza, a disgusto, algo a lo que me fuerza el uso social y cuyo incumplimiento supone incluso marginación, apartamiento o violencia (que puede ser en forma de ignorancia o exclusión del grupo, algo que el ser humano entiende como un severo castigo y soporta realmente mal pudiendo tener nefastas consecuencias para la salud mental y física)
Por lo tanto, y si la reflexión no nos ha llevado por mal camino, deberíamos admitir que la cordialidad, la amabilidad y la buena educación no deberían poder expresarse únicamente a través de esos saludos mayoritariamente admitidos y extendidos, realmente mecánicos (y me estoy refiriendo ahora a los “dos besos” famosos). Tal vez debería aceptarse mayor individualidad y respetar a aquellos que seamos menos “besucones”. Que nadie se extrañara si el otro le tendiera simplemente la mano o le sonriera inclinando la cabeza, o personalizara aún más su saludo de alguna otra manera; sería una forma de “humanizarlo”, de admitir la pluralidad de formas de ser y relacionarse (incluyendo a los tímidos enfermizos) y de mantener las distancias allí donde haga falta (entiéndase relaciones comerciales, estrictamente laborales o de compromiso).
Y porque la filosofía no se encuentra tan sólo en los libros, sino también en la sabiduría popular, por favor “El español y la española, cuando besan, que sea de verdad.”