Por Amparo A. Machí
Imperio de Gnot, 20 abril de 2500. Sala de ajusticiamientos, Palacio Real.
─Que se ponga en pie el acusado, ordenó el Emperador Ignecius XXI desde su aposento.
Ignecius XXI era el último miembro de la dinastía Rediculus, y, probablemente, también lo fuera de su estirpe, pues permanecía soltero y sin descendencia reconocida. Decían las malas lenguas, seguramente influidos por su poca consistencia física, ya que Ignecius sólo medía 1,50 metros y pesaba 30 kilos, era cargado de espaldas, tenía la voz aguda y sufría estrabismo, que era impotente y homosexual, lo cierto es que nunca se supo a ciencia cierta, pero estas y otras muchas especulaciones corrían libremente entre sus cauces humanos, entre bambalinas, en los pasillos de Palacio o entre los cotilleos del pueblo.
─Señor Zenón, ¿sabe de qué se le acusa? Dijo con su voz chillona.
─No, Majestad.
─Se le acusa de haber traicionado al Emperador, a todo el Reino de Gnot; se le acusa de haber desobedecido la Ley Suprema, la ley sobre la que se asienta nuestro Imperio; se le acusa de haber leído, de haber intentado enseñar a niños; se le acusa de haber escondido libros, de haber conspirado en la clandestinidad para mantener vivo al enemigo del Reino: la cultura; se le acusa, por tanto, de poner en peligro nuestra integridad; se le acusa de viajar al Imperio prohibido de Sapiens y reunirse con sus gentes; y también se le acusa de haber intentado escribir sus teorías; resumiendo, se le acusa de ALTA TRAICIÓN. ¿Cómo se declara?
─Si mi delito es no querer vivir inmerso en la oscuridad de la ignorancia y el desconocimiento, de querer compartirlo, entonces, sí, soy culpable, Majestad.
─Bien, ¿tiene algo más que decir?
─Si he de vivir así, si todo lo que hay a mi alrededor no puede ser más que una circunstancia ajena a mi propia vida, si para vivir he de renunciar a la curiosidad más elemental como ser humano, a no dejar que de mi pensamiento surjan ideas y escribirlas, si no me han de importan los “porqués” de las cosas porque ello puede producir destrucción, ni tampoco puedo compartir con nadie estos libros y enseñanzas, entonces la vida pierde todo su sentido para mí.
─¡Basta, blasfemo! ¡Cállate!
─Desde luego que eres culpable. ¡Se te sorprendió leyendo un libro! ¡Y de un romano! un tal Aristones, no, Aristófanes… aquí tengo la prueba, dijo mientras blandía un libro viejo.
─No era romano, sino griego. Aristófanes de Bizancio, fue bibliotecario en Alejandría y gramático griego.
─¡Calla, blasfemo insolente! ¡No te atrevas a corregirme! ¡Acércate!
El Emperador se levantó de su aposento, se calzo sus zapatos dorados de plataforma que sólo se ponía en las ocasiones solemnes, junto con su capa de piel de leopardo y una peluca rubia, tomo su cetro real y lo apoyo sobre el hombro del acusado.
─Yo, Ignecius XXI, hijo de Tontio XX, de la honorable dinastía Rediculus Kitsch, fundadora del Imperio de Gnot, por el poder que me han concedido las divinidades, te condeno a ti, Zenón, por haber atentado contra la máxima ley de nuestro Reino, por haber desafiado al Emperador con el grave delito de alta traición, y tu castigo será la muerte. Serás ajusticiado en el patíbulo mañana al mediodía, y tus libros serán quemados en la hoguera ante todo el pueblo.
─¡Llévenselo de mi vista!
La mañana siguiente amaneció pálida y fría ante los ojos de Zenón. Desde su celda, apenas se veía un trozo de cielo plomizo, amarillento, lúgubre como su propio estado de ánimo. Pensaba que quizás se libraría en el último momento, por eso había intentado huir al reino de Sapiens, donde conocía, en la clandestinidad, a un grupo de poetas que se escondían en las catacumbas para recitar a poetas muertos de otros siglos, para leer libros prohibidos y hablar de sus ideas, pero él sabía que era difícil salir de aquel atolladero en el que estaba inmerso. No recordaba ya el día que su madre le regaló su primer y único libro (de ella), era un libro que había heredado de su abuela y conservado cuidadosamente escondido para que no fuese descubierto. Un libro muy antiguo que hablaba sobre otros libros en sus páginas, y fue así como descubrió la magia de la literatura y comprendió que su vida ya nunca sería igual, por eso quiso ser escritor y perpetuar la cultura, aunque fuera en la clandestinidad. Hizo viajes a Sapiens de incógnito y consiguió más libros; de esta forma se fue desarrollando en él su vocación y todo el conocimiento que quería plasmar en sus libros, pero un día entró en su casa un vecino y lo descubrió con un libro prohibido, entonces lo delató a las autoridades. ¡Qué lejos le parece ahora aquellos días en los que descubría historias, escritores, filósofos, historiadores, científicos..! Todo aquello que la Humanidad había ido cultivando durante siglos y siglos, todo lo que la Gran Revolución había destruido por completo en casi todas las partes del planeta. Tan solo en un pequeño rincón del planeta se concentraba lo poco que había sobrevivido, en aquel diminuto imperio marginal, rodeado de montañas, casi inexpugnable gracias a su orografía, a la que debía su supervivencia. Sí, aquellos días fueron para él una revelación de conocimiento sobre la historia del mundo, y de esta forma conoció cómo, en el año 2060, después de dos más de 200 años, moría el Capitalismo, conoció cómo el planeta se había ido deteriorando poco a poco, todas las catástrofes provocadas por el hombre, las guerras, las armas nucleares, las armas biológicas, el cambio climático y todo lo que había llevado a destruir absolutamente el mundo entero hasta dejarlo completamente desolado. Fue en este momento cuando los pocos supervivientes de aquella Gran Revolución, que nadie sabía muy bien en qué consistía, pero que todos daban por hecho que se trataba de una serie de desgracias ocurridas en cadena, aprendieron que todo el desarrollo cultural, la tecnología y el conocimiento les había llevado a esa destrucción. Pero otro grupo pensaba que no era así, que se equivocaban, que el mundo había sido destruido por el hombre, no por su conocimiento sino por su ambición desmedida y por su mala praxis; sin embargo, estos eran un grupo muy reducido que tuvo que exiliarse a las montañas para vivir como misántropos y conservar el poco patrimonio cultural que todavía existía en algunos lugares, recopilado por estas gentes, mientras la gran mayoría de supervivientes se habían aglutinado en nuevos núcleos que, con el tiempo, llegaron a formar verdaderos Imperios, asentados en las bases de un Nihilismo cultural y una forma de vida bastante tribal.
Renegar de la cultura se convirtió en ley que los Emperadores se encargaban de mantener. Ese nuevo mundo en el que ya nada sería igual que antes, estaba destinado a perdurar y así fueron pasando los años y los siglos sin que nadie pudiera hacer nada para que volviese la cultura a hacerlo florecer, pero él, hijo de una rebelde que se había casado con un patriota, había llegado a apreciar toda la sabiduría de sus antepasados y sabía que la cultura realmente era la evolución y no la destrucción del mundo y del ser humano, y en su filosofía había decidido luchar en vez de claudicar ante la ley.
Ya falta poco para la hora de la ejecución y ni siquiera puede encomendarse a algún escritor, ni leer un libro que alivie esa desazón interior. Quizás mi muerte sirva para algo, quizás se remuevan conciencias, pero aun así, no podía dejar de pensar que su vida pendía de un hilo, o mejor de una cuerda que esperaba su cuello en la plaza pública. Pronto llegará la hora y él permanece pensando todo esto, esperando en su celda oscura y fría como el día. De pronto se oye un chasquido, ya es la hora. Un guardia aparece ante él y abre la puerta. “Vamos”, dice, y lo toma del brazo con las manos atadas en la espalda conduciéndole hacia el patíbulo.
La plaza está abarrotada. La muchedumbre, ávida de sangre, jalea insultando al reo. El Emperador, sentado en su tribuna real, hace señas para que el verdugo se acerque con el reo.
─Como soy un emperador magnánimo, te voy a conceder un último deseo. Dime, ¿cuál es tu último deseo?
Zenón miró a su interlocutor Ignecius sentado en su gran trono del que colgaban sus pies, su cara abotargada, sus ojos saltones y su mirada extraviada. Zenón pensó en aquellos monstruos de los libros prohibidos que había leído, los dioses y mitos de antiguas civilizaciones y entonces se le ocurrió, utilizaría su propio delito por el que había sido condenado para vencerlo. Sí, era una idea tan irónica como genial, e iba a sacarle su provecho.
─Majestad, ¿puedo pedir cualquier deseo? ¿Va a ser tan magnánimo como para concederme cualquier deseo?
─Así es. Tienes mi palabra y a todo el pueblo pongo por testigo de que así será. Cualquier cosa que pidas se te concederá. Habla, pues.
─Como último deseo quiero hacer un trato con su excelencia
El Emperador soltó una sonora carcajada.
─¡Insolente muchacho!, Nunca aprenderás, pero la insolencia me agrada, continúa.
─Se trata de que resuelva un acertijo antes de ser ajusticiado. En el caso de que no lo resolviera en el plazo de un sol, quedaría libre y dejaría al pueblo acceder a la cultura, si ese es su deseo.
─No se puede ser tan arrogante, -dijo volviendo a reír- ¡claro que acepto! Sólo por la desfachatez de tu valentía y arrogancia. Pero si no lo resolviera serás desterrado del Reino para siempre, y la cultura no dejará de estar prohibida. Dime, ¿cuál es ese acertijo?
─¿Cuál es el único animal sobre la Tierra que tiene voz y que cambia de aspecto durante su existencia, siendo primero cuadrúpedo, es decir, camina a cuatro patas, después, bípedo y, por último, acaba sus días sobre tres patas?
El Emperador, con un ojo en el reo y el otro en el patíbulo, mira a su ajusticiado. No sabe la respuesta.
─Está bien, necesito un tiempo para pensarlo, dice, llevadlo a la celda hasta que tenga la respuesta.
Las horas, lentas y pesadas, agitan cada vez más los nervios de Zenón, que espera impaciente en la celda la visita del Emperador con la respuesta. Tiene la esperanza, o más bien la certeza, de que Ignecius no adivinará el acertijo, por más que piense y piense, pues la venda de la ignorancia que ha impuesto sobre todo el reino y sobre sí mismo es mucho más devastadora que cualquier sentencia injusta. A Ignecius jamás se le ocurrirá que la respuesta no es tan difícil, que está al alcance de su mano, que lo que desprecia será lo que lo aniquile. “Ironías que tiene la vida”, piensa. El sol hace rato que se puso y apenas faltan minutos para que se cumpla el plazo. De pronto oye pasos. “Ya se acerca”, se dice para sí, y cruza los dedos.
─Tengo ya la respuesta a tu acertijo. Ese animal que dices es el lobo, puesto que tiene voz cuando sale en las noches de luna llena y aulla mirando al cielo, camina con cuatro patas, no puede ser otro, tiene que ser ese─afirma mientras muestra una sonrisa triunfante.
─Majestad, esa no es la respuesta correcta.
─¿Cómo que no? ¿Estás seguro?
─Completamente. Observe que el lobo no se transforma, siempre permanece de la misma forma en su caminar desde que nace.
─Entonces… Espera, déjame ver…si cambia y se transforma… sí, ya lo tengo. Es el Camaleón
─Tampoco, Majestad. El Camaleón no tiene voz.
─Hummm…¿El pájaro? Sí, el pájaro tiene voz, son sus trinos. Tiene dos patitas y dos alas…
─No, sigue sin ser correcta.
Nervioso, el Emperador se sabe vencido. No tiene idea de cuál es ese animal y es inútil seguir con aquello. Lleva horas dándole vueltas, preguntando a sus consejeros, pero ninguno sabe la respuesta. Este maldito Zenón se ha extralimitado, piensa, pero ahora ya no hay vuelta atrás, tiene a todo el pueblo por testigo de su promesa a aquel hombre y no puede arriesgarse a perder credibilidad. El destierro evitará que su pueblo se contamine, y, una vez expulsado, siempre puede enviar a algunos soldados parar que le busquen y le den muerte. Sí, eso es lo que hará.
─Te hice una promesa delante de todo mi pueblo y por mi honor que he de cumplirla, mal que me pese, pues soy un hombre justo. Te concederé tu deseo si me dices la respuesta correcta, pero ya sabes que quedarás desterrado para siempre y que, si osaras volver, se te daría muerte inmediatamente. Dí, pues, cuál es esa respuesta.
─La respuesta a la que se refiere el acertijo es el hombre, pues cuando nace del vientre de su madre es incapaz de caminar y lo primero que aprende es a gatear. Después se sostiene sobre sus dos pies y finalmente, cuando llega a anciano, se apoya en un bastón como un tercer pie para sostenerse en su debilidad.
Su Majestad puede comprobarlo. La respuesta estaba en el libro del gramático Aristófanes de Bizancio, el que su Majestad tiene en su poder como prueba de mi delito; en él se cuenta la historia del enigma que la Esfinge planteó a Edipo y que este resolvió, librando así al pueblo de la terrible Esfinge.
Publicado en la Antología «Del loco al mundo, cuentos del tarot» (Varios autores) Ed. Acen.