Ética sin moral

Por Jose Luis Aranguren

(Artículo publicado en El País, viernes 1 marzo, 1991)

Me propongo aquí comentar un gran libro, grande incluso en cuanto a extensión, aunque editado en pequeño formato, por razones económicas quizá; también, sin duda, para ponerlo al alcance de los estudiantes como admirable libro de texto. Su autora, Adela Cortina, catedrática de Ética en la Universidad de Valencia, es una auténtica intelectual, pero no se ajusta al estereotipo de lo que se suele entender por tal: teórico puro sin contacto con la realidad, que especula, dice y se desdice porque contempla, casi a la vez, los dos o más lados de la cuestión, que extravía a sus alumnos o lectores en los meandros de una discusión sin fin. Adela, escolar en el mejor sentido de la palabra, es decir, nada dilettante ni literaria, sabe a qué atenerse, lo que de ningún modo significa que sea acríticamente seguidora de J. Habermas y ni tan siquiera de K. 0. Apel.

No, más bien lo que inicia con este libro es un giro en su ya extensa reflexión filosófica. La toma en consideración -la primera, si no me equivoco, entre los jóvenes filósofos- que se hace de nuestra (de Zubiri, Aranguren y Diego Gracia) «ética formal de los bienes» o «ética agathológica», como ella la denomina, abre el estudio de la ética a la estructura antropológica, a lo que hemos llamado «moral como estructura» (que apunta a los estados de «moral elevada» o, por el contrario, de «baja moral» o desmoralización), y que ella, para diferenciarla de la «moral como contenido» o moral normativa, denomina con sumo acierto «protomoral».

Pero la autora no está sólo atenta a quienes nos llama representantes de la modernidad crítica. También, junto con nosotros hasta cierto punto, a los partidarios del «viejo conservadurismo a lo MacIntyre» (la tipología que Adela Cortina traza del conservadurismo o conservadurismos es sumamente perspicaz) en la reivindicación de una ética de actitudes, de la virtud, del ethos, del carácter moral.

La primera parte del libro, cuando trata de dar razón de lo moral en tiempos, como los nuestros, de «posmetafisica» y hasta de «posfilosofia», es precisa, y cuando habla de los posmodernos franceses, Foucault y Derrida y, sobre todo, del americano Rorty, el de que «la verdad y la bondad son cuestiones de conversación», sin pretenderlo, se vuelve cáustica. Ciertamente, sí, pasaron los tiempos del «rey filósofo», pero los pocos que quedamos dentro del gremio pretendemos ser, si no ya «constructores», como Ortega, sí, al menos, denunciadores.

El libro, en su tercera parte, habla de muchas otras cuestiones, la del ethos democrático, la teoría -una teoría- de los derechos humanos con la que estoy sustancialmente de acuerdo, la consideración de la democracia como forma de vida (democracia como moral, suelo decir yo), la autonomía y la solidaridad, más allá de la pugna entre el colectivismo y el individualismo, y, en fin, lo femenino y lo masculino desde el punto de vista moral.

Pero la parte segunda o intermedia, Etica sin moral, que da título al libro todo, con su constatación de lo que está pasando en la ética, es lo que me ha movido a publicar este artículo, no en una revista de filosofía, o como recensión filosófica del libro, sino sacándolo de la biblioteca universitaria, a la que estaría destinado, y trayéndolo a la más candente realidad, ésta a la que nos es imposible sustraernos, la de la guerra del golfo Pérsico. Lectura la mía, de aquí en adelante, personal, lo confieso, y sin haberla consultado con la autora. Pero lectura que ella misma ha provocado con su expresivo y provocador título, Ética sin moral, que hago mío.

Por ética entendemos sus profesionales filosofía moral, reflexión filosófica sobre la moral. Pero el vocablo ética, antes inusitado salvo por nosotros, ahora, en virtud de su empleo por los medios de comunicación social, se ha convertido en usual, no ciertamente para hacer referencia a la moral de cada cual con su conciencia, sí a la moral (o mucho más frecuentemente a la falta de moral) pública, política.

Pero curiosamente. y es la tesis de Adela Cortina, la que da razón del título, una época «posmoral» como la nuestra tiende a reducir la «razón moral» a «razón jurídica y política», a derecho y a política, así como la esfera moral toda a la impartición de la justicia.

Más aún: los filósofos de la ética comunicativa, en tanto que puramente procedimental (que se lleve puntual y, rigurosamente el proceso objetivo de la comunicación), tienden a afirmar la superioridad del derecho y, según ellos, «las inotivaciones respaldadas por la eticidad (en el sentido hegeliano) tienen una fuerza de la que carecen los juicios morales».

En el límite, una. posición teórica semejante, al contentarse con la estricta corrección procesal, eliminando el querer, el deber, la virtud, desembocaría en un puro «Intelectualismo ético».

Es curiosa la constatación que, de la mano de Adela Cortina, cabe hacer: los políticos, con el visto bueno de derecho internacional, la ONU, la OTAN, otras siglas, y, como acabamos de ver, amparados por una interpretación meramente procedimental de la ética, también se sitúan a favor de la guerra. El pueblo, en contra.

Y termino con dos párrafos de la autora en el libro que estoy comentando. El primero dice así: «Una ética ( … ) que confía al derecho y a la política la legitimación de las normas y la formación de la voluntad, y a las distintas comunidades y grupos la configuración de las virtudes, ha disuelto un fenómeno llamado moral».

Pero no desesperemos, que aquí viene el segundo párrafo: «Gracias a los inconformistas (del mundo filosófico y de la vida cotidiana), a los que no se resignan con el derecho vigente, la política meramente pragmática y la religión domesticada. A los que siguen empeñados en la idea de que debe ser de otro modo, porque nuestro mundo práctico no tiene -ni en el Este ni en el Oeste- altura humana. Gracias a ellos sabemos que sigue existiendo una aspiracion en el hombre, llamada moral».

Pasó la época -Unamuno, Ortega- de los inconformistas del mundo filosófico. Pero está llegando, o volviendo a llegar, la de los inconformistas de la vida cotidiana. Nosotros seguiremos hablando, escribiendo y firmando manifiestos. Ellos acudirán a las manifestaciones y ejercitarán su desobediencia moralmente debida. Valga por lo que valiere, habremos cumplido con nuestro deber. Muchas gracias, Adela, y perdona el uso, espero que no abusivo, que he hecho aquí de tus nobles palabras.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes marzo 1991


https://elpais.com/diario/1991/03/01/opinion/667782008_850215.html

Sobre el autor:

José Luis López-Aranguren Jiménez, que firmaba sus obras como José Luis L. Aranguren(Ávila, 9 de junio de 1909-Madrid, 17 de abril de 1996), fue uno de los filósofos y ensayistas españoles más influyentes del siglo XX. En su trabajo filosófico, como escritor y profesor de ética en la Universidad Complutense de Madrid enfatizó la importancia de los intelectuales en una sociedad cada vez más mecanizada, injusta y deshumanizada. Su obra es una reflexión ética, política y religiosa, que se esfuerza por recordarnos los peligros, de una sociedad meramente tecno-científica y cibernética ante la escasez de solidaridad y humanismo.

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